La relación que tenemos con nuestro cuerpo, el grado de aceptación corporal, en ocasiones es un reflejo de cómo tratamos a nuestro niño o niña interior.
Ambos necesitan lo mismo: amor, compasión y aceptación. Si al mirarte al espejo sientes rechazo, juicio o exigencias, piensa por un momento: ¿le pedirías lo mismo a ese niño o niña que fuiste? ¿Le exigirías que fuera perfecto, que se ajustara a un ideal imposible, o lo abrazarías tal como es, con sus heridas y su magia?
Al igual que nuestro niño interior necesita ser amado tal como es, nuestro cuerpo también merece ese mismo cariño. No se trata solo de que nos guste lo que vemos en el espejo, sino de aceptarnos con nuestras formas, cicatrices, y particularidades. ¡Qué liberador sería permitirnos estar en paz con nuestro cuerpo, en lugar de exigirle perfección!, ¿no crees?
Imagina por un momento a ese niñ@ lleno de energía, creatividad y emociones. Si estuviera ahora frente a ti, lo abrazarías con ternura, sin exigencias. Esa misma actitud es la que puedes extender hacia tu cuerpo. Porque, igual que tu niño interior necesita ser visto, escuchado y amado, tu cuerpo también lo pide.
Nos hemos acostumbrado a tratar a nuestro cuerpo con dureza, queriendo que cumpla con estándares irreales. Pero, ¿qué pasaría si comenzáramos a verlo con una mirada más amorosa? Tal vez, al igual que con nuestro niño interior, podamos empezar a escuchar lo que nos está diciendo y responderle con más comprensión y menos juicio.
Hay una verdad sencilla pero poderosa:abrazar a tu cuerpo es también abrazar a ese niño interior que todavía vive en ti. Es darle el permiso de ser, sin presiones ni comparaciones. Es tratarnos con la compasión que tanto nos merecemos, gestionando las emociones que surgen cuando nos miramos al espejo y recordando que cada forma, cada cicatriz, cada curva tiene una historia que contar.
Cuando nos permitimos esta relación amorosa con nuestro cuerpo, igual que cuando conectamos con nuestro niño interior, empezamos a sentirnos más en paz. No se trata de cambiar nuestro cuerpo para encajar, sino de cambiar nuestra relación con él para sentirnos en armonía. Porque lo que de verdad importa no es cómo nos vemos, sino cómo nos tratamos.
Hoy te invito a hacer un ejercicio muy especial: cierra los ojos, respira profundamente y visualiza a tu niño interior frente a ti. ¿Qué palabras de amor y aceptación le dirías? Ahora, con esa misma energía, lleva tus manos a tu cuerpo, siente su calor, y dile lo mismo. Dale permiso de ser, de descansar, de sentirse querido.
El camino hacia una mayor paz interior comienza por aquí: abrazando a tu niño interior y a ese cuerpo que te acompaña todos los días. Ambos merecen el mismo amor.
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