En los últimos días, hemos sido testigos de una tragedia que ha marcado a la comunidad valenciana y a todos aquellos que, desde la distancia, observamos el impacto de la DANA. Aunque muchos de nosotros no estuvimos allí directamente, la angustia, la incertidumbre y el dolor de quienes lo vivieron nos llega como un eco profundo, removiendo algo dentro de nosotros. Ese eco tiene un nombre: trauma vicario.
El trauma vicario o secundario es el sufrimiento que experimentamos al exponernos a las vivencias traumáticas de otros. No es necesario estar presentes físicamente en la tragedia para sentir sus efectos. Al ver imágenes de calles inundadas, escuchar las historias de aquellos que han perdido sus hogares o incluso simplemente conectar empáticamente con el sufrimiento que se respira en el ambiente, podemos sentirnos abrumados, impotentes o profundamente tristes. Esto es especialmente cierto para quienes tenemos una sensibilidad especial hacia el sufrimiento humano.
Este tipo de trauma es sutil y puede manifestarse de formas inesperadas. Tal vez te encuentres más irritable, con un nudo en el estómago que no se va, o sintiendo una tristeza que parece desproporcionada, considerando que no eres parte directa del desastre. La realidad es que, al conectarnos con el dolor ajeno, nuestro sistema nervioso responde como si también estuviéramos en peligro. La teoría polivagal nos explica que, frente a situaciones amenazantes, nuestro cuerpo puede entrar en un estado de alerta o, en algunos casos, de colapso, incluso si no somos las víctimas directas. Nuestro sistema nervioso es profundamente social, y eso significa que nuestra tranquilidad depende también de la de los otros.
Sentir el trauma vicario no es una debilidad, sino un testimonio de nuestra capacidad para conectar y sentirnos parte de una comunidad. Sin embargo, es crucial saber cómo manejarlo para no quedarnos atrapados en ese dolor ajeno. La clave está en encontrar un equilibrio entre la empatía y el autocuidado. Esto implica, por ejemplo, limitar nuestra exposición a noticias, reeducar al algoritmo de nuestra redes sociales para que no nos exponga a esas imagenes constantemente, buscar espacios seguros para hablar sobre lo que sentimos y, sobre todo, darnos permiso para sentir sin juzgarnos.
Además de ayudar desde la distancia, enviando dinero o comprando productos que necesiten quienes viven esta tragedia de primera mano, podemos encontrar refugio en pequeños actos que nos devuelvan la calma: practicar las actividades que nos gustan, ver una serie, meditar, caminar en la naturaleza, agradecer lo que tenemos, o conectar con amigos y seres queridos. Esos actos nos recuerdan que, aunque el mundo a veces parece abrumador, también tenemos la capacidad de sanar, de acompañarnos unos a otros y de reconstruir, incluso desde la distancia.
Al final del día, es nuestra capacidad para sentir el dolor del otro lo que nos hace humanos. Y es nuestra capacidad para cuidarnos, incluso cuando cuidamos de otros, lo que nos permite seguir adelante.
La tragedia de la DANA en Valencia no solo ha dejado huellas en el paisaje, sino también en nuestros corazones. Ha dejado huellas de los actos valientes y comprometidos de muchos voluntarios que se han acercado a ayudar.
Es un momento para practicar la compasión hacia los demás, pero también hacia nosotros mismos.
Si estás sintiendo el peso de esta tragedia, recuerda que no estás solo. Háblalo, busca apoyo y date permiso para sentir y sanar. Porque al final, todos somos parte de este gran tejido de humanidad.
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