Una tercera parte de la población adulta está descontenta con su cuerpo, con su imagen corporal. Detrás de la inconformidad corporal está la creencia, tan bombardeada por la publicidad, de que cuando tenga el cuerpo que quiero, entonces podré hacer y lograr lo que quiera, porque voy a tener más confianza, seguridad, felicidad y autoestima. El problema es que esa inconformidad no sólo tiene que ver con la apariencia de mi cuerpo, sino con mi propia percepción y mis creencias y expectativas de cómo debería ser.
La imagen corporal es la forma en la que nos vemos al reflejarnos en un espejo, o sencillamente al cerrar los ojos y visualizar como soy. Eso que vemos, es una mezcla de nuestro cuerpo real, con mis expectativas sobre él, con mis valores y mi propia personalidad.
Estar a gusto con mi imagen corporal es estar en paz siendo quien soy, sin sentir emociones que me dificultan el día a día. Y esta imagen corporal poco o nada tiene que ver con como es mi cuerpo en realidad, con su aspecto y talla, sino con cómo me relaciono con él y conmigo.
¿Por qué es tan complicado aceptar nuestro cuerpo?
Tener una relación sana y amorosa con nuestro cuerpo es todo un reto, porque:
Estamos recibiendo mensajes todo el tiempo sobre cómo debería ser nuestro aspecto,
La sociedad ha impuesto unos estándares de belleza prácticamente imposibles de alcanzar, que olvida que todos somos diferentes y existe una gran diversidad corporal.
Anhelamos “caber” en un molde inalcanzable que hemos internalizado desde nuestra infancia o juventud.
¿Te has planteado cuál es para ti ese molde?
La aceptación corporal tiene más que ver con:
Ser conscientes y con observar nuestros automatismos de juicio y autocrítica hacia mi cuerpo y hacia el cuerpo de otras personas.
Es poder observar ese discurso que se activa en mi mente que me juzga, y juzga a otros. Observar para poder elegir, para no creerme completamente lo que mi mente dice, detenerme y elegir otra manera más amable de relacionarme conmigo, y con las diferencias corporales de los otros. Cuando observo mis pensamientos de juicio, es cuando éstos pierden su fuerza. Entonces puedo decidir dejarlos a un lado, soltarlos…
Podríamos decir que la aceptación corporal no es tanto conseguir gustarnos, sino más bien dejar de juzgarnos activamente. Vivir con aceptación corporal es acompañarnos desde un lugar más compasivo hacia nosotras mismas con cada cambio corporal evolutivo y gestionar mejor la frustración de no ser aquello que idealizamos.
¿Qué NO es la aceptación corporal?
Aceptarme NO ES GUSTARME TODO EL TIEMPO
La aceptación corporal no es gustarme todo el tiempo, y amar siempre cada parte de mí.
Aceptarme no quiere decir que ya no existen partes de mi cuerpo que no me gustan, sino que eso no es un impedimento para estar feliz y a gusto con quien soy.
Aceptar mi cuerpo es poder reconocer que no me gusta alguna parte de él (mi tripa, mis muslos), pero a a pesar de ello ser capaz de soltar el deseo insistente de cambiarlo.
Es respetarlo tal y como es y tal como está en este momento, con su forma, su talla, su tamaño, sus dolores, sus cicatrices, arrugas, granos…es dejarlo ser.
El objetivo no es gustarme siempre, ser perfecta, sino respetarme.
Aceptar mi cuerpo es darme el permiso de disfrutar con él. Es ser capaz de dar y recibir placer en el cuerpo y con el cuerpo, a pesar de no verlo y sentirlo “perfecto”.
La aceptación corporal NO ES UNA META O “UN LUGAR AL QUE LLEGAR”
La aceptación corporal es un proceso de autoconocimiento y amor propio que dura para siempre. No existe una meta, un día a partir del cual nos querremos y gustaremos al 100 por 100 y para siempre.
La aceptación corporal no es algo absoluto, de blancos o negros, de me acepto o no me acepto. Y si un día me siento insegura con la forma de mis piernas es que ya no me acepto y he fracasado.
No es un proceso lineal. Aceptarme completamente y para siempre no es muy realista, puesto que vivimos en constante cambio interno y externo, nuestra vida y nuestras emociones varían.
Estar en el camino de la aceptación no es que siempre sienta lo mismo hacia mi. No es un lugar al que llegar, sino una aventura, un proceso que elegir.
Aceptación NO ES RESIGNACIÓN
La aceptación corporal es una elección diaria y activa. Es preguntarme ¿qué necesito para poder tener una mejor relación con quien soy? Y empezar a trabajar en ello activamente.
La resignación es pasiva. La aceptación es productiva, nos lleva a la acción. Me hace buscar los pasos que puedo dar para sentirme mejor y para darle a mi cuerpo los cuidados que necesita.
En el proceso de la aceptación corporal la plegaria de los 12 pasos de alcohólicos anonimos puede ser un estupendo referente:
“Dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar,
Valor para cambiar las cosas que puedo,
Y sabiduría para reconocer la diferencia.”
Aceptar mi cuerpo es elegir estar en paz con lo que no puedo cambiar ahora. Es elegir relacionarme conmigo desde un lugar de paz y amor con aquello que no puedo cambiar, y poner atención y acción en aquello que lo requiera: nutrirme conscientemente, aprender a gestionar mis emociones, disfrutar del movimiento corporal…¿Y si en lugar de enfocarme sólo en mejorar el aspecto de mi cuerpo me enfoco en mejorar el vínculo con él?