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Foto del escritorTatiana psicóloga

Sacia el hambre de tu corazón



La mejor manera de salir del laberinto de la alimentación emocional es aprender a tomar las riendas  de nuestra vida, de nuestro estado de ánimo. Es aprender a responder a lo que nos sucede en vez de simplemente reaccionar. Aprender a ser conscientes de lo que sentimos y poder utilizar estas emociones de un modo saludable, en lugar de permitir que se repriman, descontrolen o nos autodestruyan.

Las emociones provienen de nosotros mismo, aunque puedan activarse por eventos externos. Si negamos nuestras emociones y sólo sentimos hambre, no podemos cuidarnos a nosotros mismos. Las emociones no las podemos evitar, pero sí podemos encontrar maneras de transformarlas.


Según John Bradshaw, tenemos varios mecanismos internos inconscientes que nos mantienen alejados de nuestras emociones, y por ello estas se transforman en hambre como forma de expresión:


Negación y Fantasía: Cuando nos encontramos amenazados por una emoción  negamos lo que está sucediendo o negamos el dolor que sentimos

Adormecernos: Para no sentir las emociones tensamos los músculos, cambiamos la forma de respirar y fantaseamos

Disociación: Es una forma inconsciente e instantánea de adormecer lo que sentimos. Conlleva elementos de negación y de regresión unidos a estrategias con la imaginación para distraernos

Despersonalización: Es la pérdida de conciencia y de conexión con mi yo. Llegamos a experimentarnos a nosotros mismos como un objeto.


Volvamos a conectar con lo que sentimos, con lo que necesitamos.El estar y sentirnos satisfechos, forma parte de nuestro bienestar. Ocurre que muchas veces no sabemos que es lo que necesitamos o reprimimos el objeto del deseo, incluso llegamos a deformarlo (por ejemplo necesitamos cariño y lo sustituimos por comer), incluso podemos llegar a anular la necesidad (reprimirla), bloquear el impulso o evitar el contacto.


Fritz Perls descubrió que en nosotros, igual que hay un impulso hacia la necesidad, también existe la polaridad de reprimir, deformar, desviar o anular dicho impulso, bloqueando la posibilidad de quedar satisfechos


¿Cómo satisfacemos nuestras necesidades?


Primero aparece la sensación: Empezamos a sentir algo. Por ejemplo “estoy caminando por la calle, comienzo a notar sequedad en la garganta, tengo un hormigueo en el estómago”


Después llega la toma de conciencia (o el darse cuenta): Soy consciente de que algo me pasa, la sensación adquiere un significado y le pongo nombre “tengo sed”


Aparece la fase de energetización: algo cambia tras el darme cuenta y me aparece la energía para llegar a la acción “necesito ir a comprar una botella de agua”


Entramos en la fase de la acción: tengo una meta que alcanzar con mi comportamiento, entrar en una tienda y comprar una botella de agua y beber


Después llegamos a la fase de contacto:Entro en “contacto” con lo que necesito, interactúo en la tienda, e integro lo que necesito “me bebo la botella de agua”


En la fase de satisfacción disfruto de ese contacto: “!Qué gusto beber agua con la sed que tenía!”


Todas estas fases forman parte de un continuo que va desde la no conciencia hasta el contacto con lo que necesitamos, y puede ocurrir muy rápido.


¿Qué mecanismos de defensa internos se interponen para que no logre satisfacer mi necesidad?

Satisfacer las necesidades emocionales no es un camino sin obstáculos.

Los mecanismos de defensa son traviesos diablillos que pretenden protegernos para que seamos fieles a nuestras creencias más profundas, quieren evitar cualquier dolor, aunque eso no se verdaderamente lo mejor para nosotros.

Cuando conocemos nuestros mecanismos de defensa, sus voces y trucos, podemos observarlos, respirar y decidir si nos dejamos llevar por ellos o elegimos ser más libres. Con presencia y conciencia podemos atravesar todos sus velos.

Para verlos volvamos al ejemplo anterior de la sed:

Comienzo a sentir algo, pero aún no tengo claro que es, y en lugar de preguntarme ¿qué siento?, puede que mi cabeza decida qué debe ser eso que estoy sintiendo y qué no debería ser: “no debería ser sed, puesto que hace un rato bebí”. Este mecanismo llamado “introyección”  interfiere entre mi sensación y la toma de conciencia, me dice lo que debo sentir, oponiéndose a lo que es, a lo que verdaderamente necesito, restándome espontaneidad.

Los introyectos, que surgen de nuestra educación, de las creencias aprendidas en la familia, de nuestros condicionamientos y moral, los aceptamos indiscriminadamente y falseamos con ellos la realidad de lo que sentimos.

En lugar de sed podríamos sentir rabia. Y el introyecto me diría “no puedes sentir eso, las buenas personas no sienten rabia, y menos cuando quieres a la otra persona. Lo que tienes es hambre”

Pero podemos atravesar nuestra moralidad, nuestras creencias y programaciones y verdaderamente atrevernos a estar ahí con nuestro sentir aquí y ahora descubriendo, mirando y observando lo que hay, podemos tomar conciencia y darnos cuenta de qué necesitamos. Ver que realmente tengo sed, o siento rabia.

Ahora tengo la posibilidad de elegir ir a beber o rechazar la necesidad. Frente a mi necesidad de calmar la sed o la rabia puede aparecer la represión (“no sientas esto”). Es la forma en la que nos desensibilizamos, bloqueamos las sensaciones internas y externas, lo negamos, lo racionalizamos.

Podemos entonces anular nuestra rabia, puesto que permitirla me genera tanta culpa que siento más satisfacción bloqueando esa emoción

Si consigo atravesar también este mecanismo de defensa de la represión y vuelvo a conectar con lo que necesito, y me siento de nuevo rabioso, planteándome qué hacer para expresar mi emoción o para calmar mi sed, puede  aparecer un nuevo mecanismo de defensa, la deflexión (“esto no es, es esto otro”). Es una forma de enfriarme, me quita la energía de la acción, y la cambia, la transforma. Convierte la rabia en tristeza, las ganas de tener sexo por comer, la sed por ganas de fumar,…Desvía la energía de una necesidad y la convierte en otra que sustituye a la original.



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